El canal de televisión surcoreano Arirang daba recientemente la noticia del
hallazgo de un nuevo avance médico. Se trata de un compuesto llamado POCUb que tiene como
finalidad la lucha contra la obesidad. En principio uno podría pensar que no es
más que otro medicamento más que pasa automáticamente a engrosar (y sin pena ni
gloria) la ya de por sí gruesa lista de medicamentos fallidos para el control y
reducción de la grasa corporal. Sin embargo, los científicos al cargo aseguran
que en las primeras pruebas con animales han conseguido no solo que el
organismo no acumule gran parte de las grasas de los alimentos, sino que además
han logrado que el propio organismo se deshaga de un porcentaje nada bajo de las
ya acumuladas.
En resumen, la noticia indica que el fármaco, que estaría preparado para su
comercialización hacia 2017, sería algo así como la tan esperada pastilla para
adelgazar que la población del primer mundo, cada vez más acomodada y
acomodaticia, lleva tiempo ansiando para poder encajar en la siempre torturante
moda pasajera del tallaje. Unas pastillas ¡y zas!, delgado como si hubieras
pasado por el régimen más castrense.
El medicamento, que proviene de una mezcla de plantas naturales
utilizadas tradicionalmente para el control del peso y como facilitador de la
digestión, aparece en un momento en que el porcentaje de obesidad entre la
población de Corea del Sur ya
ha sobrepasado el 10%. Quizá para nosotros, los occidentales, ese porcentaje
nos parezca irrisorio, pero para una sociedad volcada totalmente y como pocas
en el mundo en la apariencia y la estética, ese porcentaje resulta poco más que
incómodo (por no decir inaceptable). A todos nos son de sobra conocidas las
fiebres coreanas por las operaciones de estética o las dietas más estrictas;
incluso quien vive por estas latitudes no deja de escandalizarse por la
extendida presión social por alcanzar una estética determinada y por las
repercusiones sociales que conlleva adherirse a tales modas.
Lo que sí es cierto es
que la República de Corea es uno de los pocos lugares en el mundo desarrollado
que sigue invirtiendo en I+D+I, que sigue haciendo una apuesta de futuro
para la ciencia puesta al servicio del bienestar de las personas. Y huelga
decir que dicha política no solo repercute en las personas, sino que el propio
Estado y las empresas que lo orbitan están haciendo el negocio del siglo: un
negocio del que otros países, como lamentablemente España, están quedando al
margen por mantener históricamente una política de inversión en I+D+I
cortoplacista y miope; por generar científicos e intelectuales punteros y luego
ningunear su talento; por no asegurar ni fomentar la creación de las patentes
millonarias que esos mismos científicos, obligados a emigrar, logran generar en
países con mayor proyección de futuro.
Así las cosas, no es de
extrañar que aquí en Corea se anunciara recientemente un fármaco experimental
que vendría a revolucionar la lucha contra el mal del siglo XXI, el cáncer. Corea es un país
azotado especialmente por el cáncer de estómago, en buena parte fruto de un
exceso de picante en las comidas, y por el cáncer de hígado, consecuencia
inevitable de un alcoholismo increíblemente extendido y socialmente bastante
aceptado. A menudo, uno lleva al otro: por lo visto, dicen los entendidos que
un hígado debilitado puede generar un cáncer fácilmente debido a la proximidad
con el estómago y cierto tipo de transferencia que se produce entre un órgano y
otro dentro del organismo. Pues bien, ese fármaco, que no tardaría demasiado en
poder comercializarse, evitaría dicha transferencia, con lo cual se evitaría la
mortal metástasis.
Dejando de lado todas las
ventajas que supondrían estos avances médicos, y los que están por venir, no sé
si sería conveniente que los políticos que actualmente llevan las riendas del
Estado se dieran cuenta que una inteligente inversión en investigación y
desarrollo podría generar unos ingresos capaces de hacer parecer irrisorias las
tan temidas cifras del rescate europeo. Llama la atención que, en un contexto
similar al europeo, hace unos años EE.UU. siguiera invirtiendo en I+D+I, a
pesar de seguir apretándose el cinturón en otros aspectos; quizá porque los
políticos americanos son más conscientes del dinero que supone una industria
científica arraigada y bien fomentada. Y ello a pesar de la ausencia de
Seguridad Social, de abiertos debates en Educación y de tener uno de los
imperios del juego más grandes del mundo. No sé, a uno le da por pensar, viendo
el panorama reciente, que quizá la miopía española del gobierno actual ha
querido imitar en todo lo posible a los americanos: el problema está en que lo
han hecho empezando por lo malo (cargarse la Seguridad Social, debilitar más la
Educación, Eurovegas), en lugar de saber acorralar al rey con solo dos peones.
Fuente: Lavanguardia
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